BÉSAME MUCHO
1. Erótica y oralidad
A finales del siglo XIX el insigne Sigmund Freud en su intento de descubrir los orígenes de la sexualidad humana describió tres etapas evolutivas del erotismo infantil. Estas eran: la etapa oral, la etapa anal y la etapa genital. Freud, y después sus seguidores, cometieron respecto de esto dos grandes errores que conviene resolver y revertir. Estos fueron:
En primer lugar, Freud no cayó en la cuenta de la existencia de una cuarta etapa del erotismo infantil: la etapa epidérmica. Esta etapa es en realidad la primera y seguramente la más principal de todas ellas. Tanto entonces como ahora, los niños nacen con “sed de piel” y resuelven esta necesidad erótica lo mejor que pueden y les dejan.
En segundo lugar, Freud supuso erróneamente que estas tres etapas eran secuenciales y disyuntivas. En razón de ello estimó que la evolución hacia la madurez erótica implicaba el abandono de la etapa anterior al ingresarse en la etapa nueva. Por ello introdujo el concepto “fijación” que daba cuenta de una cierta detención de este proceso evolutivo. En último término Freud consideraba que la genitalidad sería el estado final maduro y adulto de la erótica humana. Con ello no hizo sino contribuir a la “fijación genital” tan propia de nuestro tiempo. Sin embargo no es justo culparle a él sólo puesto que este logro cultural tiene muchos padres.
Hoy podemos afirmar que en la erótica adulta coexisten –o pueden hacerlo armoniosamente las cuatro eróticas que evolutivamente van apareciendo en la infancia: de un lado la olvidada erótica epidérmica; y de otro las mencionadas eróticas oral, anal y genital. Sabemos además que el proceso de madurez erótica no es un “traslado” a lo largo de unas etapas evolutivas disyuntivas; sino un ingreso secuencial que propicia, inclusivamente, la integración armoniosa de todas ellas en la erótica adulta. Según esto la oralidad adulta no sería, en absoluto, ni “fijación”, ni “regresión”, ni ninguna otra forma de infantilismo erótico.
De hecho afirmamos rotundamente que en la erótica adulta están presentes, con más o menos centralidad, todas estas “eróticas infantiles”. Y en este marco el beso suele ser a la erótica oral madura, lo que el coito a la erótica genital madura o la caricia a la erótica epidérmica madura. Esto es: gestos eróticos centrales y sumamente frecuentes. Así que la expresión amatoria de muchas parejas se constituya casi exclusivamente de estos tres gestos eróticos: besos (de diferentes tipos), caricias (de diferentes modos y en diferentes zonas) y coitos (en diferentes posturas). Quedaría ausente la erótica anal (aunque mucho menos de lo que suele creerse, decirse y aceptarse) abandonada al ostracismo de lo indeseable, lo silenciado y lo prohibido.
La presencia de la oralidad en la erótica adulta es tan central que ha creado lenguaje y cultura. De hecho todo nuestro restringido vocabulario erótico está lleno de incontables referencias orales; y muchos de los nombres que damos tanto a los genitales como a otras zonas erógenas (incluso los considerados más groseros) hacen clara referencia al universo de lo oral. Muy frecuentemente, a lo comestible.
2. El valor erótico de la boca
La boca está llena de innumerables receptores sensitivos que informan a nuestro cerebro de los estímulos recibidos, inundándole así de cálidas y gratas sensaciones. Así mismo la boca y cada uno de los elementos que la constituyen –fundamentalmente lengua, labios y dientes son magníficos estimuladores con los cuales podemos regalar y regalarnos de maravillosos momentos de amor y gozo.
Llamamos protuberancias sexuales a los estímulos anatómicos que, en cada especie, tienen un valor de reclamo erótico. Por ejemplo la colorida cola del pavo real o la melena del león. En nuestra especie la boca es una protuberancia sexual. Así que los labios, los dientes o la lengua resultan potentes estímulos que suscitan –o pueden hacerlo atracción, deseo y excitación. Por ello son imagen frecuentemente usada en publicidad: por su potente capacidad de reclamo. Piénsese en una boca atractiva provista de blancos dientes enmarcados en carnosos labios sobre los cuales se desliza, provocativa y cadente una lengua húmeda. No tiene mucho que ver con un coche o una bebida,… pero estimula. ¡Vaya si estimula!
En razón de esto, conscientes o no, dedicamos un nada despreciable esfuerzo en “mejorar” esta protuberancia y a través de ello nuestro potencial atractivo.
Además de su atractivo, la boca –por lo tanto los labios, los dientes y la lengua– es fuente de estimulaciones eróticas específicas sumamente gratas. Así: mordisquearle al amante los lóbulos, los pezones, los labios o la lengua; morderle la espalda, la nuca, los hombros o las nalgas; lamerle los genitales, los pechos o los muslos. O también: pasear la lengua sin prisa por toda la superficie epidérmica amada; acariciar dulcemente con los labios cada recoveco de su cuerpo; humedecer con cálida saliva cada uno de sus poros; chupar, besar, susurrar, piropear cada rincón de su geografía corporal… son, todos ellos, gestos eróticos sumamente gratos y hechos amatorios con valor propio. No tienen por qué ser prolegómenos, ni mucho menos subsidiarios, de otras conductas también posibles.
3. El instinto de besar
Tendemos a asociar instinto y animalidad; luego a contraponer instinto y humanidad. Sin embargo lo que hace verdaderamente peculiares a los humanos es que somos el animal con mayor cantidad y mayor diversidad de instintos. Y, además, con mayores y mejores recursos para gestionar esta potencialidad instintiva. También solemos contraponer instinto a voluntad. Sin embargo una de las peculiaridades de los humanos es que tenemos la potente capacidad de gestionar, voluntariamente, nuestros instintos. Pues lo instintivo, si humano, está sometido a voluntad.
La conducta erótica es en gran medida instintiva. Lo mismo podría decirse del lenguaje, la bipedestación, la nutrición, la masticación, la cooperación, la vinculación afectiva o la autoprotección. Ahora bien, afirmar su original condición instintiva no significa en modo alguno negar cualidad humana alguna a la erótica, ni mucho menos disminuir la importancia del proceso de culturización. Pues los humanos –para bien; pero también para mal culturizamos y pasamos por potentes filtros de cognición y cultura todos y cada uno de nuestros instintos. Hasta el punto que en ocasiones –incluso despatrimonializándonos de un bien somos capaces de inhibir, anular o mutilar algunos de ellos.
Con el resto de los mamíferos compartimos mucha oralidad en la relación maternofilial (que en ocasiones llamamos “la escuelita del amor”). Así: el reflejo de succión del neonato o el lameteo maternal son gestos casi invariables en todas las especies mamíferas que garantizan no solo la nutrición alimenticia sino la vinculación afectiva. Así mismo el traslado maternal de los cachorros en casi todas las especies mamíferas se produce mediante el mismo “mordisco no punzante en la nuca” que muchos amantes humanos mutuamente se dispensan.
Por otro lado la boca –especialmente los labios y la lengua– está llena de receptores sensoriales eróticos y erógenos muy bien conectados con el “cerebro emocional” y con los centros cerebrales responsables del deseo y la excitación.
Las feromonas –sustancias volátiles de reconocimiento y comunicación eróticas se secretan fundamentalmente en glándulas sudoríparas y salivares; y el órgano vomeronasal encargado de la recepción y decodificación feromonal está ubicado en la nariz, que a su vez está íntimamente conectada con la boca.
La postura coital prácticamente exclusiva de los mamíferos es el “coito a tergo”; esto es, con penetración posterior. Sin embargo, algunos primates –y, entre ellos, los humanos han dado prioridad a la penetración de frente (“face to face”). Frecuentemente los antropólogos han explicado este cambio postural por el anhelo humano de contacto visual y bucal. Desde luego los sexólogos podemos dar cuenta que muchas personas “necesitan” (como condición erótica ineludible) el encuentro interbucal para la celebración del coito. No ya como prolegómeno o como conclusión, sino como acompañamiento necesario.
Así como la cópula es una conducta que, relativamente, compartimos con el resto de los mamíferos; el beso es un gesto erótico que, relativamente, sólo compartimos con los primates.
Ahora bien, aunque es cierto que muchos primates también besan y se besan (al menos producen contactos interbucales observables con significación erótica), el beso no tiene en aquellos ni la diversidad, ni la gramática, ni la significación que ha alcanzado en la especie humana.
Desde este punto de vista podría afirmarse que el beso es probablemente una de las conductas eróticas más simbólica, más subjetivizada, más culturizada y más evolucionada de cuantas los humanos podemos llevar a cabo.
Dicho así parecería que el beso es, sobre todo, construcción humana y obra cultural. Sin embargo como suele ocurrir siempre respecto a cualquier aspecto de la sexualidad humana, las cosas no son tan simples como nos obstinamos en creer. Como ya hemos dicho la erótica –toda ella es en gran medida instintiva Y la oralidad – que es uno de los modos de la erótica humana es demasiado ancestral en nuestra especie y está muy fuertemente anclada en nuestra propia neuroanatomía como para que pueda explicarse estrictamente en términos de historia y cultura. Pero en cualquier caso, la erótica humana está demasiado entretejida por la historia y la cultura humanas como para poderse explicarse al margen de ellas. Y esto porque las diferentes culturas han reconstruido el anhelo interbucal humano dotándole de significados. Así que en la actualidad el beso no es solo un hecho, sino –también un símbolo; y no es sólo un gesto, sino –también un significado; no es solo un instinto, sino –también una costumbre.
4. El beso y las culturas
En nuestra cultura, la manifestación amorosa por antonomasia es el encuentro y la comunión bucal entre los amantes. Esto es, en sus múltiples formas: el beso. A través del beso no solo sentimos placer y gozo sino que transmitimos nuestros más íntimos sentimientos y sensaciones. Así pues la boca es a la vez fuente del propio placer e instrumento a través del cual gratificamos a nuestro compañero o compañera de juego amoroso.
El beso es una conducta erótica concreta. Una más entre cientos de ellas. Pero como iremos viendo una bastante especial. De hecho en nuestra cultura es la conducta erótica por excelencia: la más frecuente, la primera que aprendemos en nuestra biografía erótica y la primera que suele aparecer en cualquier acto erótico entre dos personas.
Su centralidad erótica es tal que en muchas ocasiones el encuentro erótico no es sino una secuencia de hechos y gestos corporales –con más o menos compromiso genital que “cuelgan” todos ellos de un largo y continuado beso relativamente ininterrumpido.
Sin embargo aunque lo anterior es bastante cierto y generalizable en nuestra cultura occidental, no en todas las culturas humanas el beso ocupa un lugar tan central y preponderante en el encuentro erótico.
Por ejemplo en la cultura somalí, la cewa, la lepcha o la sirionó el beso es una práctica poco frecuente; y desde luego nada promovida y bastante censurada. Y entre los Tonga sudafricanos el beso es considerado como un acto indeseable por absolutamente repulsivo; así que lo relacionen con el asco (parecido ocurre en nuestra cultura con la estimulación linguoanal o ha ocurrido no ha mucho con la felación y el cunnilingus).
Que las culturas estigmaticen determinados comportamientos no quiere decir que sus integrantes no los realicen. Como suele ocurrir en todas las civilizaciones humanas –incluida la nuestra las prescripciones culturales condicionan pero no determinan la producción erótica de sus miembros. Así tanto entre los somalíes, como entre los cewa, los lepcha, los sirionó e incluso entre los Tonga muchos hombres y mujeres conocen, practican y disfrutan de los besos cuando gozan de la suficiente intimidad.
Si hay una característica universal de la producción erótica humana, cualquiera que sea el gesto erótico o la cultura en la que se lleve a efecto, es que se apoya en razones (eróticas) que la razón (cultural) no entiende. Lo cual ha sido dicho como: el corazón tiene razones que la Razón no entiende.
A nosotros los occidentales esta visión negativa del beso de algunas culturas africanas nos resulta, hoy, muy sorprendente porque en nuestro contexto cultural el beso es una conducta muy entrañable, deseable y promovida que relacionamos simbólicamente con los afectos en general y con el amor en concreto (en contraposición con otros gestos eróticos que suelen ser percibidos como desgajados de toda dimensión afectiva). Así mismo relacionamos simbólicamente el beso con lo casto, lo limpio, lo inocuo y lo auténtico. Razón por lo cual no sólo no censuramos, sino que promovemos algunos besos. Por ejemplo, el beso infantil (tanto entre infantes; como entre éstos y los adultos). De hecho en nuestro tiempo es una de las pocas conductas eróticas promovida en la relación entre adultos y menores. Y está todavía exenta de la paranoica sospecha antipederasta.
No es oro todo lo que reluce bajo el besar
Habría razones para que en nuestra cultura no se promoviese el beso como la conducta erótica más entrañable y deseable. De hecho el beso es fuente potencial de algunos peligros imaginados y otros reales.
Algunos de estos peligros imaginados (temores infundados) pueden resultar paranoicos. Por ejemplo, actualmente en algunas sociedades avanzadas –principalmente angloparlantes el beso intergeneracional – sobre todo el beso estrecho que incluye abrazo de un adulto a un niño está crecientemente sometido a la sospecha de abuso sexual del menor. Con ello van produciendo niños, cada vez menos tocados y menos besados (otro ejemplo de mutilación cultural de un instinto benéfico).
Hasta hace bien poco las sociedades católicas han visto en el beso (sobre todo el interlabial; y mucho más el interlingual) motivo de escándalo público lo cual ha dado lugar a múltiples censuras artísticas o –peor aúna articulaciones penales punitivas en los estados confesionales. Sin embargo ¡qué curioso! actualmente el beso es la única conducta erótica abiertamente consentida en los templos católicos postconciliares. Incluso puede llegar a ser conducta requerida frente al mismísimo altar en las ceremonias nupciales. Allí los contrayentes, a instancias del propio oficiante, rubrican simbólicamente su vínculo amoroso uniendo sus labios en un emocionante, público y aplaudido beso ritual.
Todo lo anterior dice más de los temores que de los peligros reales. Sin embargo desde el punto de vista de las amenazas, el beso no es del todo inocuo. Por ello habría razones profilácticas para hacer campañas institucionales contra el beso en general y contra el beso con intercambio lingual en concreto. Y esto porque, desde un punto de vista estrictamente sanitario, el beso es una conducta de alto riesgo de transmisión de todo tipo de gérmenes que puedan transportarse bien a través de la saliva, a través del aire o, en menor medida, a través de la sangre. Lo cual incluye infinidad de enfermedades más o menos graves que por razones absolutamente inexplicables no son clasificadas como Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS). Es curioso comprobar como la clasificación de las otrora denominadas “enfermedades venéreas” (esto es, enfermedades relacionadas con la hermosura, el amor y el deleite carnal) contemplen exclusivamente a aquellas que son propiciadas por contagio intergenital; excluyéndose expresamente las que se producen por contacto interbucal. Y esto en una cultura, la nuestra, en la que ningún otro gesto erótico es más venéreo y venerado que el beso.
Por fortuna, y aunque este peligro realmente exista, nuestra neurosis sexoprofiláctica no es todavía tan esperpéntica. Aunque el futuro respecto a esto tampoco parece demasiado alentador.
6. El beso es fuente de gozo
Es bastante probable que la universalidad (digamos la “popularidad intercultural”) del beso –incluso en las culturas que no lo promueven o lo proscriben no se deba exclusivamente a razones de fobias o filias culturales. Más aún, me parece a mí, que la razón fundamental del éxito de esta práctica es, precisamente, su cualidad gratificante. Según esto besaríamos sobre todo porque la experiencia es, en sí misma, gozosa, grata, satisfactoria, divertida, simpática, estimulante y excitante. O por decirlo más claramente: besamos por razones hedónicas. Sin desmerecer las razones simbólicas.
Aunque “lo hedónico” ha sido históricamente muy desprestigiado en nuestra cultura y se ha tomado como “antivalor” lo cierto es que tendríamos que hablar un poco del beso en tanto que experiencia hedónica. Pero para ello tendríamos que advertir, previamente, de algunas trampas del idioma. Así convendría aclarar que bajo la etiqueta “placer” se esconden una multiplicidad de sensaciones diversas, muchas de las cuales ni siquiera tienen una palabra que las designe. De hecho los términos: orgasmo, gusto, gustirrinín, gozo, cosquillas, escalofríos, etc, designan con más o menos rigor sensaciones placenteras. Todas ellas gratas, pero distintas y diversas.
Por otro lado sabemos que el placer es experiencia sentida, pero ¿qué sentimos?. El verbo sentir sirve en castellano tanto para las sensaciones como para los sentimientos. Sin embargo unos y otras pertenecen a universos diferentes. El latín diferenciaba entre los verbos sentire y sensare; pero en castellano el verbo “sensar” (que los sexólogos solemos usar) no existe. Ahora bien entenderíamos mejor lo que nos pasa, si sintiésemos los sentimientos y sensásemos las sensaciones.
Así pues convendría aclarar que el placer –que es sensación no se siente, sino que se sensa; aunque pueda propiciar, de hecho suele hacerlo, también, que sintamos (sentimientos). Las emociones (como el amor) son precisamente sensaciones sentidas o, también sentimientos sensados. Esto es, participan de la doble realidad de los sentimientos y de las sensaciones.
La experiencia hedónica (esto es, el placer sensado) requiere de unos soportes neuroanatómicos. De hecho solo sensamos placer si: a) previamente a la experiencia placentera, tenemos un muy complicado sistema neurológico que comunica los receptores exteroceptivos con el llamado cerebro emocional; b) nuestro cerebro es capaz de producir una determinada respuesta fundamentalmente electroquímica (que incluye la liberación masiva de determinados neurotransmisores); y c) esa respuesta cerebral es percibida subjetivamente por el cerebro consciente como “placentera” (de suerte que esta, como cualquier otra percepción subjetiva, está sometida a toda suerte de filtros cognitivos).
Todo esto incluye mecanismos de recepción, codificación, decodificación y transmisión de determinados estímulos en determinados lugares de nuestra geografía corporal que se comunican con determinados centros de nuestro cerebro que es capaz de producir esta respuesta cerebral fruto de lo cual tenemos la percepción subjetiva de placer.
Ni qué decir que el beso participa y activa toda esta circuitería.
7. Gramática del beso
Dijimos antes que el beso no es sólo hecho, sino un símbolo; que no es sólo gesto, sino significado; que no solo instinto, sino costumbre. Con todo esto lo que ha ido ocurriendo es que la cultura ha ido “gramaticalizando” el beso de suerte que a través de él se “dicen” cosas y estas cosas significan razonablemente lo mismo para quien las “dice” y para quien las “escucha”. Y esto porque se ha ido produciendo una relación entre significantes y significados de este besar.
Esta gramaticalización del beso ha propiciado así mismo la existencia de besos sin significación erótica alguna. Esto es, besos deserotizados. Entre otros muchos: el beso ritual de saludo, el beso de aceptación de perdón, el beso identitario mafioso, el beso delator de Judas, el beso de respeto a las reliquias u otras materias sagradas, el beso humillado de los pies del ensalzado, el beso “aseptizante“ dado al pan caído, el beso “sanador” del morado o la herida, el beso a la alianza, etc. Todos ellos son besos con usos y significados anaeróticos.
Otras culturas también han deserotizado otras conductas eróticas para usarlas, casi siempre con fines rituales, para motivos extraeróticos. Por ejemplo los israelitas vetusto testamentarios usaban la heteroestimulación genital como gesto de confianza y aceptación (casi como un fuerte apretón de manos actual); los machos dominantes de las tribus urbanas actuales usan la autopalpación genital como símbolo ostentoso de poder, de desinterés o de determinación; o los kágaba colombianos exculpan sus culpas sexuales repitiéndolas (eso sí, sin lubricidad alguna) ante Heisei, que es su dios de la sexualidad.
Todo esto en cuanto a besos –u otras conductas eróticas que han adquirido cierta significación y cierta gramática que sirve a fines no eróticos. Sin embargo –en el territorio mismo del cual el beso es deudor: la erótica hay una multiplicidad de besos distintos con significados eróticos bien diferentes. El contexto, la duración, la zona anatómica, la estrechez del lazo y el ingreso en el espacio corporal del otro son, entre otras, variables que determinan diferentes tipos de beso y diferentes significados de estos símbolos.
Así un paternal beso en la frente, dice cosas bien distintas que un casto beso en la mejilla o que un beso lanzado al aire con la palma de la mano. En absoluto tienen el mismo contenido, ni significación erótica similar, la huella del beso dejada en una carta o en un espejo, que la de un beso apenas sostenido en el cuello o la de un largo y juguetón beso en el lóbulo de la oreja. No comunicamos ni entendemos las mismas cosas de un furtivo beso labial, de un apasionado beso bucal o de un interminable y apretado beso con intercambio lingual. Mucho menos puntuamos del mismo modo un húmedo beso en los pechos, un encendido beso en los genitales o un inquietante beso anal. Todos ellos besos, y todos ellos distintos. En cualquier caso, a través de todos ellos, con los unos más y con los otros menos, vamos escribiendo la historia de nuestros sentimientos y de nuestras sensaciones más íntimas.
8. Epílogo: curiosidades e ironías orales.
1. Algunos eruditos aseguran que el secreto encanto de Cleopatra no estaba en su nariz, sino en su boca. Según esto, el rudo Marco Antonio quedó fascinado por sus excelsas cualidades como felatriz. En aquel tiempo los romanos, consideraban la felación como una práctica exótica que relacionaban con Oriente. De hecho Aristófanes se refería a ella como “hacer el fenicio”. En la España actual se le supone origen transpirenaico y se conoce como “hacer el francés”. En uno y otro caso, se tiende a considerar como una practica no aborigen. Esto ni fue cierto en la Roma Clásica, ni es cierto ahora. Las bocas y los penes llevan milenios visitándose.
2. Como ya hacíamos en nuestros primeros años de vida, si pudiésemos y nos dejasen aunque fuese simbólicamente, nos llevaríamos a la boca todo aquello que nos resultase atrayente y deseable. O por mejor decir, si fuese posible, nos encantaría llevarnos a la boca a todo aquel o a toda aquella que nos resulten atractivos y deseables. Seguramente por eso el vocabulario erótico está lleno de simbolismos orales. Muchas formas de expresión de la atracción, el deseo y el enamoramiento mencionan expresamente lo oral. Y en muchas ocasiones la gastronomía y el erotismo se mezclan. Así: “está muy apetecible”, “está riquísima”, “es sabrosón”, “está para comérselo”, “está como para chuparse los dedos”, “le comería a besos”, “a ese culo le daría yo un bocado”, etc. Por otro lado muchos términos con los que designamos las zonas erógenas (desde los más groseros a los más poéticos) se adentran en el terreno de lo comestible. Así: nabo, cucurucho, chupete, almeja, chirla, melones, peras, cántaros de miel, caldito de su cuerpo, etc. Los primeros padres de la Iglesia con Tertuliano al frente tomándose esta metáfora muy al pie de la letra consideraron la felación como una forma de antropofagia.
3. La saliva es el mejor y más abundante lubricante corporal. También es un buen antiséptico. Gracias a ella, la lengua adquiere ese peculiar y gratificante tacto húmedo que resulta al tiempo cálido y fresco. El frescor suele producirse por evaporación. De hecho soplar sobre la piel previamente humedecida de saliva produce un simpático escalofrío local.
4. Los pintalabios, ese subrayado lunar junto a la boca, las cada vez más cuidadas barbas, etc. son, entre otros muchos, recursos de los cuales nos hemos dotado para “mejorar” nuestra boca y resultar más atractivos.
5. En estos momentos parece que el referente “Salud” tiene mayor prestigio que el referente “Belleza” y desde luego estos dos tienen mucho más prestigio que el referente EROS (o erótica). En razón de ello revestimos de “búsqueda de salud” lo que no es sino “búsqueda de belleza”. Y disimulamos con belleza lo que es “anhelo erótico”. Con ello, y cada vez más, los criterios de salud, de belleza y de erótica se confunden y se solapan. Hoy en día los retoques quirúgicos de los labios (perfilados y prótesis silicónicas), los aparatos de ortodoncia, las prótesis dentales o los blanqueados del esmalte dental son, de hecho, servicios estéticos bucales al servicio de la atracción erótica dispensados desde la medicina. Y los odontólogos son hoy más esteticistas que sanadores.
6. Priorizar criterios de salud, sobre criterios de belleza o cualquiera de estos sobre criterios eróticos puede resultar gravemente perjudicial para la salud, el equilibrio y el bienestar eróticos. Las personas en exceso pulcras, las asépticas o muy sensibilizadas con nuestra coexistencia con los gérmenes (bacteriológicas, suelo denominarlas) están muy limitadas es sus posibilidades eróticas. Acaban viendo peligros donde hay oportunidades. Así mismo las personas en exceso esteticistas también limitan su potencial erótico. Acaban deconstruyendo el cuerpo en la búsqueda de un ideal estético irreal en vez de descubrir la belleza y la eroticidad que, en su imperfección, el cuerpo real encierra. Con frecuencia acaban con tal distorsión perceptiva que ven feo lo que, de sí, es bello.
7. Como ha quedado dicho los humanos disponemos de erótica: epidérmica, oral, genital y anal. Muchísimos gérmenes –más o menos patógenos tienen nuestras mismas aficiones y sienten preferencia precisamente por la piel, la boca, los genitales y el ano. Con lo cual gérmenes y erótica van indisolublemente asociados. Afortunadamente –no todo iba a ser malo todo parece indicar que amar y gozar mejoran sensiblemente nuestro sistema inmunológico.
8. El beso con intercambio lingual es conocido como “beso francés” (el diccionario juvenil de cualquier instituto también lo conoce como “beso de tornillo” o “muerdo”). Como ya se ha dicho es considerado repulsivo en determinadas culturas. En la nuestra más se consideró obsceno hasta no hace mucho. Desde un punto de vista sanitario es el idóneo para el intercambio de gérmenes. Algunos de ellos patógenos. Pero amar es compartir. Y no sé por qué los gérmenes habrían de excluirse de este patrimonio comunal del amor.
9.Como ya se dijo en algunas culturas se considera la boca como algo sucio. En nuestra cultura los “sucios” son los genitales, mientras que la boca se tiene por limpia. De hecho, aún hoy, muchas (limpias) bocas europeas no se permiten ningún (sucio) acercamiento genital. Desde un punto de vista microbiológico los Tonga sudafricanos están más cerca de la verdad; pues aunque la saliva sea un buen antiséptico, la boca es bastante séptica. De hecho, y aunque tradicionalmente sólo se han considerado enfermedades de transmisión sexual (ETS) a aquéllas cuyo contagio se produce por interacción genital, muchos gérmenes contagiosos se valen de los intercambios bucales para saltar de un individuo a otro. Así que gripes, catarros, faringitis y muchas otras enfermedades respiratorias podrían ser consideradas ETS por vía interbucal.
10. La mayor parte de las prostitutas no ofrecen entre sus servicios eróticos el beso. Mucho menos el beso apretado de bocas abiertas y esgrima lingual. La razón podría ser profiláctica (se protegen de infecciones trasmitidas por la boca), pero suele ser, sobre todo, simbólica: dejan los besos para sus amantes.
Texto ©Joserra Landarroitajauregui.