Joserra Landarroitajauregi Garai. Editorial ISESUS. Valladolid 2013.
Capítulo2. DESENVAINAR LA VAGINA
Los humanos creamos realidades que no existen pero que acaban teniendo una existencia, aunque sea espectral y quimérica, sólo porque nos las creemos. Con ello se produce un extraño bucle: «son creadas para que sean creídas; y son creídas porque fueron creadas». Tal asunto nos viene ocurriendo –durante muchos siglos– con muchos temas relacionados con el sexo (la razón del himen, los «monstruos menstruales», la «inferioridad femenina», la «completitud» de la cópula, el «espermatozoide Rambo»…); pero empezaremos ahora por una creación muy elemental y muy cercana: la vagina. A fuer de fabular respecto de ella –forzándola entre lo sublime y lo execrable– la hemos convertido en un «cuento chino» increíble, en una «pesadilla infantil» dentada y en una «prueba del algodón» virtuosa. Dedicaremos este Comprimido a tratar de alumbrar sobre la «luz» de este «oscuro lugar» donde vimos la luz por vez primera aquel día de nuestro alumbramiento. Y como resulta que la cuestión «lumínica» vaginal se nos ha vuelto «oscura al entendimiento», conviene explicar este juego de palabras.
En anatomía se llama «luz» al hueco que deja –en su interior– un órgano. Lo peculiar de la vagina es que ha sido definida por su luz (o sea, por su oquedad); pero este «lugar de la luz» (o sea, este «espacio hueco») sigue siendo un lugar donde la luz del conocimiento (científico, cultural e íntimo) apenas ha llegado; incluso aún resulta –especialmente– un «lugar desconocido» y un «lugar oscuro» (vivido como un «rincón lúgubre y maloliente» situado en el «extrarradio del cuerpo» y «a orillas del ano»). Finalmente, el luminoso y alumbrado «lugar de la luz» (el hueco donde se alumbra) se ha convertido en «gruta oscura» situada «allí abajo».
Como enseguida veremos, en ningún caso es gruta, ni está «abajo» (salvo en el plano moral de los puritanos). No deja de ser curioso que, quedando tan cerca del ombligo (que representa «el centro»), se asocie con «los abajos». Desde luego, al margen de simbolismos morales difamadores, la vagina ocupa un lugar tan central (anatómica, simbólica e intelectualmente) que está muy cerca de donde se cortan los tres planos anatómicos y donde convergen todas las cosmovisiones antiguas y modernas de lo femenino.
2.1 Un hueco por rellenar
Tradicionalmente se ha considerado a la vagina como un orificio o un hueco; o sea, una «vaina» (que es, precisamente, lo que su nombre indica). En coherencia con su nominación, la vagina es una funda, una cubierta, un recipiente o un estuche; o sea, un alojamiento. No hace falta mucha erudición para darse cuenta que, tras este nombre, subyace una idea antigua y androcentrada que hace relación a la cópula y a sus atávicas asociaciones: femenino/pasivo y masculino/activo. Así, la imagen de la vaina remite al acto de «insertar la daga en su funda», en referencia expresa a un acto que presupone «activa intromisión del pene en la pasiva vagina». Ahora bien, toda esta imaginería no está en el cuerpo ni es anatomía; sólo está en nuestro marco teórico. Además, puestos a hablar de funda, el pene de todos los mamíferos ya viene, «de fábrica», con su propia funda: el prepucio. Como en la tradición bíblica se propone su pronta extirpación, esta cubierta ha sido ancestralmente mutilada sin que nadie haya hecho nunca discurso conservacionista alguno. Esta falta de reactividad me hace pensar que, desde siempre, los varones se han deshecho de un estuche (el propio) para poder reclamar otro estuche (el ajeno).
Lo sustancial de la vagina no es el hueco con el que es asociada, sino las paredes que la delimitan; pues la vagina es un «espacio virtual» susceptible de abrirse –ensancharse o dilatarse– en determinadas condiciones (fundamentalmente excitación y parto). Todo esto es posible gracias a las especiales características de estas paredes vaginales que, en condiciones fisiológicas normales, se repliegan sobre sí mismas sin dejar luz alguna (excepto en sus extremos). Así pues, aunque durante milenios nos haya parecido evidente e incontrovertible, las mujeres no tienen vaina para que el macho aloje allí su apéndice genital; lo que tienen todas las mamíferas placentarias –incluidas las humanas– es un «conducto» que conecta los órganos reproductores con el exterior del cuerpo. No se trata sólo de un «conducto de entrada» (para la cópula y la inseminación) sino que es también un «conducto de salida» (para la secreción, la menstruación y el parto). Así que, aunque la imagen de la funda nos confunda, en la vagina no sólo «se entra y se mete», sino que también «se sale y se saca»; pero sobre todo –que es lo sustancial del asunto– «se conduce» y «se conecta», o sea «se comunica». Es obvio entonces que la imagen de «vaina» resulta especialmente desafortunada. Hubiese sido más descriptiva la alegoría de pasillo, galería, corredor, pasarela o puente. En cualquier caso, se use la imagen que se use, la vagina comunica «lo externo» con «lo interno», «lo extra-abdominal» con «lo intra-peritoneal», y «lo sensitivo» con «lo reproductivo».
La vagina también es: la parte inferior del canal del parto, la vía de salida de las secreciones vaginales y uterinas, parte del sistema inmune femenino, parte del sistema sensorial y sensitivo (incluso hedónico) femenino, y parte del aparato genital femenino (interno y externo). Así que, aunque se haya insistido en considerarla sólo como un órgano genital, resulta que es también –al menos una parte de ella– un órgano sensorial. Es «genital» porque participa en la generación; pero es «sensorial» porque participa en la sensibilidad. Se trata de dos funciones que están anatómicamente bien diferenciadas.
2.2 Dos vaginas: la extática y la anestésica
Aunque su nombre –en singular– señale que hablamos de una entidad específica, la vagina está constituida por dos tramos que son del todo distintos; tanto que, en realidad, se trata de dos estructuras anatómicas diferentes. De un lado tenemos el primer tercio (que corresponde a la porción inferior), y de otro lado tenemos los dos últimos tercios (que corresponden a la porción superior). Uno y otro segmentos vaginales tienen diferente procedencia embriológica, diferente morfología, diferente fisiología, diferente irrigación sanguínea, diferente inervación nerviosa…; o sea, son dos cosas diferentes. El primero es parte de los «genitales externos», mientras que el segundo es parte de los «genitales internos». El primero procede del ectodermo (como la piel, el cerebro y todo lo que tiene sensores externos), mientras que el segundo procede del mesodermo (como los huesos, los músculos, las gónadas o el aparato excretor). Puesto que son dos y son diferentes, usaremos dos nombres: llamaremos «vagina inferior» al primer segmento y «vagina superior» al segundo. El primero es un órgano para «sensar sensaciones»; podríamos decir que un órgano para el éxtasis. Sin embargo, el segundo es un órgano insensible; o sea, anestésico.
La vagina inferior mide 4-5 cm y se corresponde con el tercio inferior que desemboca en la vulva. Es más alta que ancha (como un huevo puesto de pie) y más estrecha que la vagina superior. Está rodeada de potente musculatura estriada (por lo que responde a contracción o relajación voluntaria) y está muy vascularizada. Como el resto de la vulva, evoluciona desde el seno urogenital y es sumamente sensible. Podría decirse que es la parte profunda (incluso la parte invaginada) de la vulva.
La vagina superior se corresponde a los dos tercios superiores que dan al útero. Esta porción vaginal mide 8-10 cm y es morfológicamente más ancha que alta (como un huevo tumbado). Está rodeada de musculatura lisa (que no se contrae ni se relaja a voluntad) y no está tan vascularizada como la vagina inferior. Al contrario que aquella, es del todo anestésica (así que no tiene sensibilidad alguna); razón por la cual las mujeres no sienten el tampón o el anillo vaginal cuando éstos están bien colocados. Por todo ello, la vagina superior es especialmente dócil, plástica y elástica, y acepta bien la deformación mecánica (lo cual permite la inspección ginecológica sin anestesia alguna). Al igual que el resto de los genitales internos, la vagina superior se forma desde los conductos de Muller (como el útero y las trompas de Falopio).
2.3 ¡Coño! con el coño
La expresión «coño» –muy común en los usos del habla– puede resultar basta y grosera, por lo que se considera inadecuada para usos eruditos. Sin embargo resulta curioso que siendo palabra clásica de origen latino, incluso con gran tradición literaria, no haya alcanzado el estatus de palabra culta; ni qué decir que esto se debe a su torticera connotación. A mi juicio, el término merecería ser rescatado, reparado y redimido. Ahora sí, aunque sea una palabra digna, es un término confuso que no discrimina; al contrario, tiende a mezclar y asimilar la vagina con la vulva; así, coño sirve para hablar indistintamente de la una y de la otra, sin diferenciar que son geografías –anatómica, fisiológica, morfológica y sexualmente– diferentes. Por ello no estaría mal reflexionar sobre su uso; pero no por gazmoñería, sino por precisión y por rigor.
Atendiendo a los usos del término parece que el coño fuese visible, olible, tocable, comible, penetrable…; lo cual no es –ni puede ser– verdad. Al menos no puede serlo todo a la vez. La vulva puede verse (aún más fácilmente si las piernas están abiertas y el pubis rasurado, y muy especialmente en posición ginecológica); también puede comerse (en realidad, besarse, lamerse, succionarse…) o puede tocarse (palparse, rascarse, acariciarse…); pero la penetración(lo mismo la inserción del pene, como la de juguetes, dedos, tampones, anillos…) es un asunto vaginal. Asimismo, los olores y las secreciones proceden de la vagina. Por lo tanto, a cada cual lo suyo.
Este asunto de la precisión terminológica tiene otra lectura diferente. Aclarado que deben distinguirse las dos vaginas (inferior y superior) y, aclarado que la vagina inferior tiene la misma procedencia embriológica que la vulva (hasta el punto que puede decirse que la vagina inferior es una invaginación de la vulva), resulta que el término coño es el que mejor describe, con una única palabra de larga tradición, esta unidad –funcional y anatómica– constituida por la vulva y la vagina inferior. Así que la misma palabra que nada precisa, es la que mejor precisa este novedoso concepto que «vulviza» la vagina inferior.
No obstante, dadas las circunstancias de escaso discernimiento (incluso de ignorancia) quizás sea mejor empezar por el principio; o sea, distinguiendo la vulva de la vagina, lo que supone en primer lugar reconocer la vulva como entidad anatómica específica; como algo que existe, que está, que ha de ser tenido en consideración y que debe ser nombrado. Pues la vulva sigue siendo la gran desconsiderada: la innominada, la desatendida, la desconocida. Sin embargo, es el genital externo femenino y el lugar de la sexación gínica; por lo tanto es la «representación de lo femenino». Pero, además, es el espacio privilegiado para las sensaciones femeninas y el templo para la celebración del encuentro íntimo (tanto solitario como compartido).
Para resolver este enredo de las nominaciones confusas y las omisiones difusas, veo apropiado desvaginizar el significado del término coño para vulvizarlo. Desde luego, nos iría mejor si coño significase, clara e inequívocamente, vulva; como ya ocurre en la expresión cunnilingus. De hecho, eso mismo es lo que propone el Diccionario cuando explica –a mi juicio, con mucho tino– que el coño es el «genital externo». Aunque –también a mi juicio– el Diccionario comete este mismo error que estoy señalando de aludir (como genital externo) pero eludir (con su propio nombre) a la vulva. Si hubiera sido yo quien hubiese redactado esta entrada del Diccionario, habría puesto contundentemente: «coño=vulva».
2.4 La asociación pene/vagina
No es cierta la máxima que afirma que «donde los machos tienen pene, las hembras tienen vagina». Subyace en esta asociación aquel antiguo marco teórico genésico obsesionado con la cópula. En realidad esta máxima sólo explica cómo nos hemos venido explicando el asunto a lo largo de la historia, pero nada explica de lo que realmente quiere ser explicado y ha de ser explicado. Puestos a hacer homologías entre machos y hembras, puede decirse que: donde los machos tienen testículo, las hembras tienen ovario; donde las hembras tienen vulva, los machos tienen escroto; donde los machos tienen pene, las hembras tienen clítoris. Y donde las hembras tienen vagina, ¿qué tienen los machos? La respuesta es bastante compleja (pues hay que definir previamente qué es la vagina), pero para no complicarnos demasiado la vida puede afirmarse: utrículo prostático.
Como ya se ha dicho, el paradigma antiguo afirmaba que «el sexo es la generación» (y está en los genitales que sirven para la cópula). Desde esta perspectiva los machos tienen pene que penetra y las hembras vagina que recibe. Se trata de una prueba –otra más– de cómo vemos «lo que ha de verse para que nuestro marco teórico cuadre». Desde siempre se sabe que existen personas con vagina y con pene (o con pene y con mamas) pero nunca –y en ningún caso– existen (han existido o pueden existir) personas con clítoris y con pene. Esto podía haber dado alguna pista, pero para ello habría que haber tomado en consideración el clítoris (cosa que no se ha hecho, salvo a los efectos de ablación). En cualquier caso el pene y la vagina no son órganos homólogos ni asimilables. Se visitan para la cópula y nada más.
Se ha dicho que la cópula es muy común en el reino animal, lo cual es bastante cierto. Sin embargo estos órganos –pene y vagina– no son tan frecuentes, por lo que hay mucha cópula animal sin pene o sin vagina; así que no deben presuponerse sólo porque se produzca cópula. Hay muchas especies en las que no hay cópula alguna (así ocurre en la mayor parte de los peces) por lo que tampoco hay órganos copuladores (ni el penetrante ni el penetrado). Hay especies en las cuales los machos sí tienen pene, pero las hembras no tienen vagina (tienen cloaca); sin embargo las hembras de todas estas especies en las cuales ellos tienen «pene de verdad», ellas –de verdad– tienen clítoris. De hecho hay especies –sobre todo reptiles y aves– cuyas hembras tienen clítoris, pero no vagina. Lo que no es posible es una especie en la que las hembras sí tengan vagina y los machos no tengan pene. La razón de todo ello es que la vagina es un «invento evolutivo» posterior al pene y al clítoris.
No todo «órgano penetrador que eyacula» es un pene (por ejemplo, el pterigodio del tiburón no lo es). Tampoco toda «cavidad penetrada donde se descarga el eyaculado» es una vagina (por ejemplo la cloaca de una gallina no lo es). En casi todas las especies en las que se practica la fecundación interna mediante cópula, hay un órgano penetrador (y, si lo hay, siempre es masculino) y hay un órgano receptor (que, si lo hay, siempre es femenino). Hasta aquí es bastante fácil de entender: si hay cópula, él penetra y ella es penetrada; él fecunda y ella es fecundada. Y esto es así porque la cópula es un «invento evolutivo» posterior a los gametos anisogámicos; luego si hay cópula es seguro que hay pequeño espermatozoide nómada y gran óvulo sedentario; pero puede no haber pene. O –lo cual es todavía más común– puede que no haya vagina. Hay especies, fundamentalmente aves, donde no hay órgano penetrador alguno, así que el encuentro gamético se produce en el interior de ella gracias a la «aposición cloacal» (denominada «beso cloacal»). En estos casos ambos sexos tienen cloaca; así que, aunque no hay órgano penetrador, se cumple el «rol genésico», porque uno eyacula y la otra recibe el esperma; uno fecunda y la otra es fecundada. Con unas u otras formas, el órgano copulador ya está presente en anfibios, reptiles y aves (incluso en insectos), sin embargo la vagina (al igual que el útero o las glándulas mamarias) es característica exclusiva de las mamíferas placentarias.
Los órganos copuladores de los reptiles escamosos (serpientes y lagartos) –denominados hemipenes–, los de algunas aves (avestruz, ánade o flamenco) o los de algunos reptiles (tortuga y cocodrilo) no son exactamente penes pero sí son órganos para la cópula. Incluso algunos de ellos son también órganos eréctiles (los hay linfáticos, pero también vasculares); e incluso los hay manifiestamente sensibles. Por otro lado, los órganos receptivos para la cópula de aves, anfibios y reptiles (así como de peces cartilaginosos o de mamíferos no placentarios) no son vaginas. Aunque diferentes entre sí, todos tienen «cloaca», que es una cavidad abierta al exterior en la cual confluyen el tubo digestivo, el aparato urinario y el sistema reproductor. Se trata de un diseño evolutivo «más antiguo» que la vagina y puede encontrarse en toda la escala filogenética hasta llegar a los mamíferos placentarios. Entre estos últimos, las hembras de hiena manchada tampoco tienen vagina, pero eso lo explicaremos más adelante.
En resumen, la vagina es un «invento evolutivo» posterior al pene y al clítoris, los cuales, a su vez, surgen al mismo tiempo (pues son homólogos). Luego si en una especie concreta hay pene, hay también clítoris, pero puede no haber vagina.
2.5 Hembras fálicas y falocráticas
Las hembras de «hiena manchada» (o «hiena moteada») tienen un clítoris tan grande y faliforme que parece un pene. No sólo lo parece por su enorme tamaño (entre 15 y 20 cm, o sea, más grande que el propio pene de los machos) o por su forma, sino por su función. Hablamos de un clítoris rodeado de prepucio y horadado por la uretra (así que orinan por él como cualquier macho mamífero). Estas hienas no tienen vulva (ni entrada vaginal) y, en la base del clítoris, tienen un escroto que asemeja unos testículos. En realidad son labios mayores soldados y rellenos de una sustancia grasa, lo cual les da este aspecto de bolsa escrotal.
Esta andrización de estas hembras no sólo afecta a sus genitales, sino también al resto de su cuerpo y a su conducta. En esta especie, las hembras son más grandes, voluminosas, pesadas y fuertes que los machos; también muestran niveles más altos de agresividad, competición y jerarquía que aquellos (son ellas las que asumen la jefatura de una manada que resulta ser un «clan matriarcal»); también son ellas las que eligen al macho, incluso compitiendo violentamente contra las rivales. Estas hembras son excelentes cazadoras, celosas defensoras de su territorio y muy jerárquicas y competitivas; así, resultan violentas –incluso sanguinarias– en la defensa de su posición jerárquica en el entramado social. En estas luchas por mantener o subir en el escalafón social, adquiriendo estatus, es común –y muy notorio– que el clítoris se erecte, incluso ofreciendo ostentosa hinchazón, cuando se produce un acto de dominación. Incluso son comunes los actos sodomíticos (reales o simulados) entre hembras, en los cuales la «dominante» penetra a la «dominada» (o al macho dominado si es el caso). Así mismo, estas hienas muestran, desde su juventud, juego agresivo, lucha simbólica y conducta lúdica temeraria (asumiendo riesgos por diversión, exhibición u ostentación). En fin que, se miren como se miren, estas hienas parecen «hienos» (sic). Incluso resultan ser más azules (quiero decir, más ándricas) que ellos.
Parecen tan masculinas que los zoólogos tuvieron grandes dificultades para reconocerlas como hembras y durante mucho tiempo creyeron que eran hermafroditas, pues –pese a tener unos genitales característicamente ándricos– como el resto de las hembras mamíferas: tienen celo, son inseminadas mediante penetración, llevan la carga del embarazo, paren y se encargan de la lactancia y la primera crianza; o sea, son hembras mamíferas. Pero son hembras con falo y sin vagina; lo cual resulta absolutamente desconcertante (máxime cuando existen otros dos tipos de hiena en las que nada de esto ocurre).
Durante siglos se creyó que no era posible una hembra sin vagina. En realidad, se pensaba que todas las especies con fecundación y gestación interna tendrían que tener vagina, pues se trata del lugar donde ocurren dos acontecimientos del todo necesarios para la continuidad de la vida: la cópula y el parto. En el caso de las hienas manchadas hay cópula y hay parto, pero estos sucesos no son vaginales sino uretrales. Estas hembras orinan, copulan (además pueden penetrar y ser penetradas), paren, gozan y son fecundadas gracias a su clítoris. Todo lo cual, además de ser sorprendente y extraordinario, tiene unas enormes consecuencias y unos impresionantes costos.
En cuanto a la cópula, ésta ocurre por vía uretral: el pene del macho penetra el clítoris de la hembra (lo cual resulta posturalmente complicado). En la época de celo ocurren cambios fisiológicos que facilitan la cópula; así, el clítoris se torna flácido y se revierte hacia el interior, el meato se ensancha y se relaja, y la uretra (y los tejidos circundantes) se dilatan e hipertrofian para –de este modo– permitir la penetración. También ocurren estos mismos cambios fisiológicos en torno al parto (que también es sumamente difícil, extenuante y doloroso) en el que se produce casi siempre un desgarro uretral y clitórico. Todo ello da lugar a un alto índice de mortalidad (tanto del neonato como de la propia parturienta). Es común que el primogénito muera asfixiado en el propio canal de parto (lo cual ocurre en el 60% de los partos primerizos) y es común que la madre también muera por causa del parto (el 10% de ellas mueren pariendo). A su vez, este desgarro producido en el primer parto facilita la viabilidad de los futuros partos. En cuanto a la crianza, las cosas son, más o menos, del siguiente modo: tras una gestación de casi cuatro meses, las hembras paren una o dos crías que nacen notablemente desarrolladas (pesan unos 1500 gramos), las cuales hacia los 40 días comenzarán a merodear autónomamente y a participar de la vida de la manada. Entre las hienas manchadas no existe la monogamia, tampoco hay cooperación parental en la crianza y la supervisión maternal apenas dura el tiempo de la lactancia. Las responsabilidades de la pareja y la familia las asume el clan.
Las impactantes e inquietantes peculiaridades de esta especie interpelan a científicos, filósofos, políticos, moralistas… pero muy especialmente interesan a sexólogos y feministas porque son muchos los interrogantes, las reflexiones, los símiles y las consecuencias que se derivan de la comprensión cabal de este asunto. En términos genésicos hablamos de «hembras sin vagina» (luego de una «cópula sin vaina») y hablamos de un órgano (femenino pero masculinizado) que es –al tiempo– penetrador y penetrable (que se pone erecto para lo primero y se pone flácido para lo segundo); en términos políticos y antropológicos hablamos de un «matriarcado falocrático» (con un poder femenino dominante, agresivo y jerárquico) y hablamos de una «alianza gínica de manada» (que no está muy lejos del valor feminista de la «soridad»). Incluso resulta sorprendente el «altruismo extremo» del primogénito (pues el casi garantizado desgarro clitórico del primer parto facilita la viabilidad de los siguientes partos). Desde luego, no faltan los motivos para que estas peculiares hembras sean estudiadas e interpretadas.
Hoy, que el asunto se ha comprendido, la explicación es bastante sencilla. Todas estas peculiaridades hiperándricas de las hembras de hiena manchada son el resultado del éxito evolutivo de una mutación genética (que también puede ocurrir en otros mamíferos; incluso en humanos). Mientras que, en el resto de los mamíferos, esta característica –heredada medianteun gen recesivo– es excepcional y ocurre a unos muy pocos individuos, en el caso de las hienas manchadas se ha convertido en una «característica de la especie». Se trata de la mutación del gen CYP19 que produce la aromatasa (enzima encargada de producir estrógenos a partir de andrógenos). Todos los mamíferos que tengan esta característica genética se verán sometidos a una gestación con niveles androgénicos extraordinariamente altos, lo cual influirá notablemente en todos los hechos de sexuación (tanto prenatales como postnatales). Como los niveles de «pintura azul» (andrógenos) son muy altos y los niveles de «pintura rosa» (estrógenos) son muy bajos, todos los productos «pintables y pintados» salen muy azules (así pues, todas las estructuras susceptibles de andrizarse se andrizan efectivamente). A su vez, como también se andriza su cerebro, se masculiniza su conducta; por eso estas hembras son tan competitivas, agresivas, jerárquicas, promiscuas, dominantes, penetrativas…
Por cierto, entre los humanos también nacen algunas «niñas» con estas mismas características derivadas de una mutación de este mismo origen. A pesar de su manifiesta masculinidad, suelen sentirse chicas y suelen ser líderes de grupos femeninos (incluso feministas). De todo lo cual resulta una curiosa reflexión: incluso en los ámbitos más combativos frente a «lo androcentrado» prevacele «lo androgénico».