Considero que el mayor desafío que depara el siglo XXI a las democracias occidentales es la culturización de un Nuevo Orden Sexual: el de la Convivencia y la Cooperación entre los sexos. Afrontar con rigor tal desafío requiere una reformulación moral, cultural, social, política y científica que sirva para crear y promover saberes, valores y habilidades que permitan a hombres y mujeres, presentes y futuros, compartirse en lo público y en lo íntimo, con respeto a su calidad —sexualmente diferenciada— de hombres y mujeres; aceptando, unos y otras, los muchos y muy diversos modos de ser hombre y de ser mujer.
Con nuestras ignorancias, nuestras controversias, nuestras tribulaciones y nuestras contradicciones, estamos siendo autores y testigos de un Cambio de Era Sexual. De hecho, asistimos a la finalización del Antiguo Orden Sexual Patriarcal que prescribió durante milenios que los hombres se encargasen de la caza, la defensa y el dominio extrafamiliar y las mujeres de la recolección, el cuidado de la progenie y el dominio intrafamiliar. Aquel modelo de organización social estructurado normativamente por razón de «categoría genésica» ya no sirve; y sobre sus ruinas, la mujer está ingresando en el mundo educativo, social, laboral, científico,…; ha avanzado en tanto que sujeto político y económico, y en tanto que individuo erótico. Todos estos cambios están produciendo una creciente feminización de una nueva Polis que es —cada vez más— vigilante frente a la dominación, el menosprecio, la exclusión o la opresión de lo femenino. Debemos mucho de estos avances a la movilización, la lucha, la reflexión crítica, la acción y la teorización feministas que han ido construyendo una suelo político, jurídico, educativo y ético, sobre el cual caminamos.
Desde una perspectiva científica, sobre este asunto de los sexos y de cómo los hemos pensado, en la actualidad conviven, concurren y compiten dos Paradigmas sexuales diferentes y contrarios a los que llamamos Genus y Sexus. El primero está constituido por la trama entre cuatro referentes epistémicos: Genus, Pater, Puritas y Ánthropos. El segundo está constituido por otros cuatro: Sexus, Eros, Afrodisia y Ginos. Ninguno de estos ocho referentes mencionados es novedoso pues todos estuvieron presentes en aquella Roma. Llegados a la actualidad, conforman dos cosmovisiones mutuamente excluyentes de suerte que cada una niega lo que la otra afirma; y, al contrario, afirma lo que la otra niega. Además, llegados a este momento del conocimiento, la una permite avanzar en este nuevo Convenio entre los sexos; mientras que la otra es la «Gran Rémora» genérica y genésica. Así pues, si pretendemos un Nuevo Orden no podemos ser neutrales respecto de esta pugna puesto que no hay forma de construir este Nuevo Orden Sexual si mantenemos incólumes los cimientos y la estructura epistémica de aquel Antiguo Orden Sexual.
En la parte que nos toca a quienes hacemos ciencia con estos asuntos, también tenemos responsabilidades en la generación de conocimiento que sirva para que sean posibles estos tránsitos. A mi juicio son necesarios dos saltos sexológicos que están aún embrionarios: uno, el que va del singular del sexo al plural de los sexos; y, otro, el que va de las muchas e inconexas ciencias de los diferentes aspectos sexuales a una ciencia sexológica integrada que estudie los sexos (por lo tanto: sus diferencias, sus identidades, sus mixturas y sus relaciones). Creo que, obrando de ese modo, lograríamos salir del laberinto de la ignorancia Sexológica y del conflicto intersexual en el que aún habitamos.
La ausencia en el seno de la Academia, de una ciencia sexológica integral, normalizada e institucionalizada contribuye a que resulte imposible comprender holísticamente el sexo; de lo cual, acabamos perdiéndonos en los muchos vericuetos «sexualmenteadjetivables». Pues finalmente, el sexo resulta inalcanzable porque sólo se abordan, uno a uno, sus muchos, inconexos y desperdigados «aspectos». Con lo que, finalmente, acaba resultando que el sexo es la adición amorfa de los múltiples aspectos sexuales (médicos, morales, sociales, psicológicos, políticos, religiosos,…) que son tratados, cada uno al margen de los otros, por especialistas diferentes. Con lo que acaba ocurriendo que es especialista del sexo quien algo sabe de algún aspecto sexual. Y, como así ha sido durante muchos siglos, sobran doctores que pontifican sobre sexo sin saber apenas sobre lo qué están hablando; que no lo promueven como valor, sino que lo combaten como lacra. Y no hablo de aquellos doctores de la Iglesia, sino de estos doctores de la Salud; tampoco hablo de aquella santidad de antes, sino de esta sanidad de ahora.
Para dar vuelta a todo esto es necesario más conocimiento del sexo (o sea, los sexos), para lo cual tendríamos que empezar por lo más elemental y por el principio. Por ejemplo, haciéndonos preguntas como: ¿qué es el sexo?, ¿cómo hemos construido el sexo?. Esta comunicación plantea estos interrogantes y pretende ofrecer algún hilo teórico sobre esta comprensión científica de unos sexos que son: dos, relativos, relacionales e intersexuales.